Capítulo 5 Conclusiones
En las últimas décadas, diferentes formas de conflicto social han resurgido alrededor del mundo como consecuencia del aumento de la desigualdad económica y la concentración de la riqueza. Caracterizados como “tiempos contenciosos,” distintos países han experimentado el regreso de las protestas sociales y la emergencia de una renovada crítica contra las desigualdades, especialmente hacia aquellas relacionadas con temáticas redistributivas (Della Porta, 2015). En este contexto, diversos estudios se han preguntado por el grado en el que los individuos perciben (o no) los conflictos sociales entre grupos, particularmente entre aquellos organizados verticalmente como los ricos y los pobres o los trabajadores y los empresarios (cf. Edlund & Lindh, 2015; Hadler, 2003; Ringqvist, 2020). Aunque algunos estudios más recientes han mostrado una percepción entre moderada y fuerte del conflicto social en diferentes sociedades, además de una asociación positiva con la desigualdad económica (Delhey & Keck, 2008; Hadler, 2017; Hertel & Schöneck, 2019), hasta ahora se ha desestimado considerablemente el papel de la clase social en el conflicto percibido, a pesar de que ha demostrado seguir siendo relevante para abordar diversos fenómenos subjetivos (cf. Haddon & Wu, 2022; Langsæther & Evans, 2020). Al mismo tiempo, importantes preguntas sobre cómo la desigualdad contextual y los marcos institucionales de los países pueden moderar el efecto de la clase social se han mantenido inciertas. El presente estudio pretendió cubrir estos vacíos abordando la siguiente pregunta de investigación: ¿En qué medida la clase social afecta a las percepciones de conflicto social y cómo esta relación cambia a partir del rol del contexto económico e institucional entre 1999-2019?
Los análisis empíricos revelan que la posición objetiva de clase es un determinante relevante de las percepciones de conflicto. Utilizando un enfoque neomarxista de las clases, los resultados muestran que los individuos pertenecientes a las clases subordinadas -como los trabajadores no calificados- tienden a percibir mayor conflicto social que los individuos pertenecientes a la clase de los grandes propietarios, apoyando la hipótesis general. La clase aún importa en la medida que la posición que ocupan los individuos en las relaciones de dominación y explotación entrañan intereses materiales diferentes e inclusive antagónicos sobre la distribución de recursos, los cuales representan el mecanismo principal que conecta la posición de clase de los individuos con sus percepciones subjetivas (Wright, 1997). Por otra parte, los resultados indican que los individuos afiliados a organizaciones sindicales perciben mayores conflictos que quienes no lo están, sustentando un hallazgo recientemente retomado por la literatura en el marco de relevar la importancia de las organizaciones sociopolíticas en el desarrollo del conflicto (Pérez, 2022; Ringqvist, 2020).
En cuanto a las variables de nivel contextual, la evidencia sugiere que la desigualdad económica -medida como la concentración del ingreso- incrementa la percepción de conflicto en los individuos, apoyando un hallazgo largamente planteado en investigaciones anteriores (Hadler, 2017; Hertel & Schöneck, 2019). No obstante, al momento de analizar cómo la relación entre la posición de clase y el conflicto percibido puede ser moderada por la desigualdad económica, los resultados muestran que esta última tiene un efecto diferencial entre las clases. En contra de mi hipótesis de mayor polarización entre clases en contextos de mayor desigualdad, las interacciones entre niveles muestran que, cuando la desigualdad aumenta, las posiciones de clase subordinadas -como los trabajadores no cualificados y cualificados- tienden a reducir su percepción de conflicto mientras que los grandes propietarios la aumentan. Además, los resultados indican que son las clases medias o “contradictorias” las que más reducen su percepción de conflicto en relación con los grandes propietarios ya que el efecto moderador de la desigualdad es más notable entre estas clases. Por último, los resultados revelan que en países donde existen marcos institucionales corporativistas las percepciones de conflicto tienden a ser menores que en los países liberales o pluralistas, en la medida que tales arreglos representan la institucionalización del conflicto social y el traslado de las tensiones sociales al plano político (Korpi, 1985; Ringqvist, 2020).
En conjunto, estos resultados tienen diversas implicancias para el estudio sociológico del conflicto, así como para la agenda de investigación de las percepciones de conflicto. Primero, estos hallazgos permiten posicionar a la dimensión subjetiva del conflicto como un eje central de análisis. Aunque la preocupación por el estudio del conflicto social ha crecido a la luz de las protestas contemporáneas, la manera en que las tensiones sociales se traducen subjetivamente no ha ocupado un rol preponderante en la sociología. Retomando esta línea de investigación, este estudio se ha centrado en el campo específico de las percepciones de conflicto vertical, pero en el contexto de un interés más amplio sobre cuestiones teóricas y empíricas superpuestas, como la interrelación entre las percepciones de los individuos y el sistema de estratificación (Kluegel & Smith, 1981), así como el papel de los contextos económicos e institucionales de los países, siendo todas ellas centrales para el análisis del conflicto (Hadler, 2003). Determinar quienes perciben más conflicto, cómo y por qué ciertos factores lo afectan es crucial no solo para conocer la manera en que los individuos perciben a los grupos que componen la estructura social, sino que también para vislumbrar las pautas de polarización social y las dinámicas que pueden adquirir los conflictos “reales” (Kriesberg & Dayton, 2012). En ese sentido, este estudio permite sostener que los conflictos verticales o redistributivos aún perviven en gran parte de la población en paralelo con otras formas de conflicto -como los horizontales-, siendo lo característico de la conflictividad actual no la primacía absoluta de un tipo de antagonismo, sino que más bien la predominancia de ciertos conflictos tanto “viejos” como “nuevos” que coexisten y se complementan (Della Porta & Diani, 2006).
Segundo, este estudio contribuye a la investigación empírica sobre cómo las desigualdades de clase afectan las percepciones subjetivas del conflicto, revitalizando su importancia. La clase social ha sido tradicionalmente uno de los predictores más relevantes para examinar los intereses, actitudes y disposiciones de los individuos con importantes consecuencias políticas y sociales (Bottero, 2005). Sin embargo, el análisis de clase -y por extensión el vínculo entre la clase y la subjetividad individual- ha sido fuertemente cuestionado en las últimas décadas en la medida que la clase habría desaparecido -e inclusive “muerto”- como una categoría explicativa satisfactoria ante las nuevas desigualdades más complejas (Clark & Lipset, 1991; Pakulski & Waters, 1996). Mis resultados contradicen tales cuestionamientos y se suman al de otros esfuerzos (cf. Andersen & Curtis, 2015; Dodson, 2017; Kulin & Svallfors, 2013) al demostrar la importancia de estudiar el conflicto percibido a través de los lentes de clase en tanto continúa mostrando signos de ser un vehículo relevante de polarización social (Edlund & Lindh, 2015). Como sostuvo Wright (2015), el propósito del análisis de clase no es demostrar la primacía explicativa de la clase sobre todo tipo de fenómenos, sino que posicionarlo como un factor explicativo más que puede ser (o no) más importante para determinados objetos de estudio. Esta investigación demostró que trayendo de vuelta los factores económicos y estructurales se pueden observar interesantes variaciones en el conflicto percibido, planteando nuevas interrogantes en un mundo en donde muchas personas continúan reconociendo persistentes divisiones económicas (Eidlin, 2014).
Una mayor contribución empírica de este estudio al campo específico de las percepciones de conflicto es lo que ocurre entre la posición de clase y el conflicto percibido en contextos de alta desigualdad económica. Siguiendo la teoría del conflicto (Karakoc, 2013), se esperaba que, a medida que la desigualdad aumente, las clases subordinadas incrementarían su percepción de conflicto ante la agudización de la deprivación económica, mientras que las clases privilegiadas la reducirían o mantendrían debido a que su posición en la estructura social las protegería de las consecuencias de la desigualdad (Della Porta, 2015; Haddon & Wu, 2022). Sin embargo, los resultados mostraron lo contrario. El que la clase capitalista incremente su percepción de conflicto mientras que la clase trabajadora la reduzca a medida que la desigualdad aumenta contradice los supuestos más clásicos de la teoría del conflicto y se acerca más a las explicaciones provenientes de las teorías del riesgo (Haddon & Wu, 2022). Así, lo que este estudio sugiere es que, en contextos de alta desigualdad, las clases sociales poseen diferentes percepciones de conflicto debido a sus distintos grados de aversión al riesgo, y si bien esto no implica que las clases subordinadas dejen de percibir mayor conflicto que las clases privilegiadas, ilustra que la desigualdad económica tiende a polarizar más en la parte superior de la estructura social y menos en su parte más baja.
Este estudio cuenta con algunas limitaciones que llaman a interpretar los resultados con cautela. La primera limitante se asocia a la dimensión longitudinal de los datos. Si bien en esta investigación se incluyó el efecto del tiempo como una covariable de control, esto no necesariamente permite capturar los cambios longitudinales de las características de los países. Debido a que los datos utilizados son comparativos y, a su vez, longitudinales al nivel de los países (Fairbrother, 2014), existe una fuente de variación y en consecuencia un efecto aleatorio asociado a las características de los países que varían dentro de ellos en el tiempo. Por tanto, esta fuente de variación podría estimarse de otra manera con mayor sofisticación, por ejemplo, descomponiendo el efecto transversal y longitudinal de los países, lo que no solo permitiría disminuir la heterogeneidad no observada entre estos grupos (Schmidt-Catran & Fairbrother, 2016), sino que también agregaría la posibilidad de analizar si los cambios en el tiempo de determinadas características contextuales suponen variaciones significativas en el conflicto percibido. Otra limitante se relaciona con la condición endógena de la membresía sindical. Esto implica un desafío para estudiar el efecto de la membresía sindical en la percepción de conflicto ya que esta última puede afectar a la primera. Aunque no era el interés de este estudio determinar la dirección causal del efecto, algunas formas de lidiar con lo anterior son: i) controlar por variables composicionales a nivel individual -como la educación, ocupación e ideología política- y por factores estructurales -como el sistema de seguridad social o el tipo de relaciones laborales- para evitar el efecto de selección del sindicato (Kerrissey & Schofer, 2018); o bien, ii) utilizar técnicas de variables instrumentales para estimar la causalidad del efecto (Bollen, 2012).
A partir de los hallazgos revelados en este estudio, surgen distintas preguntas que necesitan ser abordadas en futuras investigaciones. Además de lidiar con las limitantes señaladas, estos estudios podrían avanzar en mejores formas de medición de las percepciones de conflicto en dos sentidos: por un lado, mediante el uso de factores latentes que capturen adecuadamente un fenómeno complejo como el conflicto subjetivo y, por el otro, a partir de indicadores que especifiquen los motivos del conflicto, ya que el uso de ítems generales puede estar midiendo otros aspectos subjetivos -como las experiencias o creencias- que no necesariamente dan cuenta del reconocimiento de una oposición de intereses entre grupos. Otro aspecto a profundizar en futuras pesquisas es analizar el conflicto percibido mediante otras conceptualizaciones y mediciones de clase social, particularmente a través de otros mecanismos de las desigualdades de clase que tienen consecuencias relevantes en las actitudes y percepciones de los individuos, tales como las identidades, normas o prácticas culturales (Bottero, 2004; Langsæther & Evans, 2020). A este respecto, combinar el análisis de clase con la literatura sobre justicia distributiva podría ser una línea de investigación prometedora en el campo de las percepciones de conflicto en la medida que a la base de cualquier tipo de conflicto se encuentran percepciones y juicios sobre lo justo y lo legitimo de la desigualdad (Deutsch, 2011). Una última proyección es analizar por medio de estudios de caso el efecto moderador de la desigualdad económica en la relación entre la clase social y la percepción de conflicto. Ahondar en este interesante hallazgo parece ser un siguiente paso lógico de investigación, puesto que podría arrojar nuevas luces sobre cómo y por qué la desigualdad económica tiene un efecto diferencial entre las clases sociales, especialmente entre las clases medias.